Un hombre, un mundo. La riqueza que alberga cada ser humano en su individualidad es inagotable y lo es porque cada día es una oportunidad de desarrollar su capacidad creadora; cada cual está dotado de habilidades y peculiaridades que le garantizan la acción transformadora del mundo; esta acción puede llegar a ser ilimitada o nula según su tendencia biófila o necrófila de enfrentar la vida.
La naturaleza social está presente desde el instante del nacer, que gran parte de la seguridad o de la inseguridad dependen de la relación del niño con los otros, que gracias a la necesidad de dejar huella en el mundo quienes no logran dejar una impronta creadora la dejan destructora.
Cada vez que un ser humano despliega su potencial creador genera alegría y armonía interiormente y en su mundo circundante. Esto es posible siempre que no se enfrente al dilema entre “Tener y ser”; quienes SON dan de sí lo mejor, reconocen su unicidad, su valor y el de su misión. Otros, invadidos por sentimientos de minusvalía, tratan de luchar y vencer la angustia básica generada por la inseguridad, pretenden llenar el tiempo y el espacio; son ávidos consumidores de propaganda, persuadidos de necesidades inexistentes, se alejan de su ser y al tratar de satisfacerlas caen en un profundo vacío existencial.
La industria del sexo ha pretendido llenar el vacío existencial arguyendo que hay una necesidad de placer que se debe satisfacer; al respecto Frankl anota “La voluntad de placer no aparece en escena sino cuando el hombre se siente vacío en lo que respecta a su voluntad de sentido. Tan solo dentro de un vacío existencial prolifera la libido sexual. La decepción que sufre el hombre en su lucha por el sentido de su existencia, esa decepción existencial, se compensa vicariamente con un aturdimiento y narcotización sexual”
El hombre busca, pero no encuentra porque busca en el mundo circundante cosas que llenen su existencia y descuida encontrar y descubrir en las vivencias el sentido de su vida. Tiene capacidad de crear, pero se sustrae a ella, puede disfrutar la vida, pero embebido de fantasías se aparta de su verdad, puede enfrentar las contrariedades, pero para evadirlas se transforma en consumista; su naturaleza social lo mueve a buscar a otros, pero esa búsqueda está viciada por el egoísmo, usa a los otros como medio de satisfacción, lo que lo deshumaniza; su naturaleza es trascender, dar de sí a los demás, es allí donde encuentra sentido a su existencia.
¿Qué mejor oportunidad para una mujer cuya realidad le ha dado la vivencia de ser madre que entregarse a esa ardua, pero realizadora tarea?
Sin embargo, hay quienes renuncian tras la falacia de autonomía y del ejercicio del “libre desarrollo de la personalidad”. Paradójicamente quienes actúan bajo el pretexto de que libertad es equivalente a carencia de límites, a una relajación de las costumbres, a operar como seres instintivos más que como seres racionales, caen en un estado de dependencia.
La mujer-víctima huye de sí misma tras la equivocada búsqueda de rumbos y horizontes desconocidos y ajenos al desarrollo particular. La inautenticidad la ha llevado a involucrarse en relaciones efímeras desconociendo las consecuencias; de por si una relación en donde más que el amor reina la genitalidad como costumbre o como distracción, genera angustia existencial, porque la donación de sí se ha corrompido, no se ha tenido en cuenta como ser sino como sujeto de placer.
Dado que el ser humano está orientado a un sentido este tipo de carreras tras la moda lo sume en un vacío. La mujer-víctima debe dar un paso atrás antes de sumirse en el camino sin regreso de la psicopatología en la que la sume el abortar.
Adentrarse y reconocer sus limitaciones, angustias, preocupaciones, potencias, habilidades y fortalezas porque:
“… quien conoce el sentido de su existencia, él, y sólo él, está en condiciones de superar todas las dificultades”